No podemos olvidar lo nefasto que es el fujimorismo.

Espacio 360
Por: Gustavo Faverón

Primero un breve resumen para recordar qué cosa es el fujimorismo. Como el tiempo del lector no es infinito, me limitaré a mencionar ciertas cosas, confiando en que la trampa mortal de la memoria se encargará de hacer el resto en la mente de cada uno.
El fujimorismo es un no-shock que se convierte en shock. Es la promesa de honradez, tecnología y trabajo que se convierte en crimen, electrocución y trabajo sucio. Un samurái en un tractorcito. Una chacra en bancarrota. Un golpe de estado. Un Congreso clausurado. Parlamentarios con arresto domiciliario. Tanques y tanquetas en la Plaza Bolívar. Periodistas secuestrados. Fuerzas Armadas, Policía y Poder Judicial capturados. Una constitución arrojada al tacho de basura. Yuca. Que Dios nos ayude. Homicidio masivo de inocentes en Barrios Altos. Un niño muerto. Tecnocumbia populista. Profesores y estudiantes asesinados, sus cadáveres hundidos en agujeros en medio de la nada. Cientos de miles de mujeres esterilizadas contra su voluntad. Tiros de gracia. Asesores en la sombra. Gobierno en la mazmorra. Pentagonito. Martin Rivas. Grupo Colina. Los palacios de Montesinos. Congresistas de alquiler. Montañas de dólares que compran medios de comunicación. Sicosociales. Campañas de desprestigios que mandan gente a la tumba. Una esposa torturada. Una agente de inteligencia descuartizada y otra convertida en inválida para siempre. Fábricas de firmas falsas. Millones de dólares sacados del país en lingotes de oro. Re-reelección. Vladivideos. Huidas en velero. Escapes en avión. Renuncias por fax.

Que los dos líderes de la dictadura, Fujimori y Montesinos, estén en prisión por una cantidad de atrocidades difícil de repetir debería ser ya suficiente para entender de qué estamos hablando. Cruelmente, sin embargo, el país ha decidido extender la vida de esta mafia y dejarla participar de nuestra vida pública bajo la apariencia de un grupo político. Hay, de hecho, figuras cruciales de nuestra esfera política que reivindican al condenado dictador como si se tratara de un mesías y un salvador, y entre esas figuras ninguna es más simbólica del dañino pasado dictatorial como la congresista Martha Chávez.

Martha Chávez defendió la amnistía a los miembros del Grupo Colina y hace poco dijo que, si dependiera de ella, lo haría otra vez. Cuando los estudiantes y el profesor de La Cantuta habían desaparecido (cuando sus cadáveres se descomponían en una fosa común), Martha Chávez dijo que seguramente habían desaparecido por propia voluntad y que no sería raro que para entonces estuvieran integrando alguna columna de Sendero Luminoso. Cuando los cuerpos fueron encontrados y se demostró, además, la inocencia de esas personas, Martha Chávez no retrocedió ni pidió disculpas. Cuando Leonor La Rosa apareció ante los ojos de todos con las aborrecibles consecuencias de la tortura a la que los miembros de Colina la sometieron, Chávez puso cara de escéptica y dijo que cualquiera podría hacerse unas heridas y decir que las causó otro: autotortura. Cuando se hicieron públicos los centenares de miles de casos de esterilizaciones forzadas por el gobierno de Fujimori, Martha Chávez, una mujer que dice defender a la mujer en el Congreso, y una conservadora opusdeísta que se declara opuesta a todos los métodos no naturales de contracepción, prefirió no decir nada. Cuando la Comisión de la Verdad publicó su Informe final, e incluso antes de que lo hiciera, Martha Chávez declaró que el contenido de ese informe era un fruto del odio antifujimorista y que no merecía ser leído sino ser lanzado a la canasta de los desperdicios. La semana pasada, en una espuria sesión de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso, sin que hubiera quórum, Martha Chávez resultó electa para presidir la subcomisión encargada de evaluar las conclusiones del Informe final. Hubo una manifestación en las calles de Lima para exigir que se diera marcha atrás y ella apareció desafiante en los medios para declarar que “esa gentita” no la sacaría de allí nunca (y de paso aprovechó para denigrar a los coordinadores de la protesta con falsas imputaciones referidas a sus vidas privadas). Afortunadamente, los funcionarios encargados de vigilar que los procedimientos parlamentarios se cumplan de manera correcta, declararon inválida la elección.

Pero el problema sigue vigente. Hemos construido un Congreso en el cual la preservación de la mínima decencia y del decoro de nuestras relaciones políticas como sociedad está a un pelo de caer en manos de las mismas personas que llevan casi un cuarto de siglo atentando contra la institucionalidad democrática de todas las maneras posibles: dándole una fachada de legitimidad a los mafiosos encarcelados, pidiendo su liberación, felicitándose cuando logran la amnistía para un grupo de asesinos y exigiendo el indulto de otros. Que Martha Chávez esté en el Congreso ya es suficiente afrenta para todas las personas que han sufrido sus insultos y sus bravatas o que han sido objeto de sus escabrosas y atrabiliarias teorías sobre autosecuestros y autotorturas. La única verdadera autotortura en todo esto es la que los peruanos estamos cometiendo contra nosotros mismos cuando permitimos que los acólitos de un dictador penado por delitos contra la humanidad ocupen el mismo hemiciclo parlamentario donde está la curul de Miguel Grau, ese héroe histórico que no se convirtió en tal asesinado a mansalva ni ordenando ejecuciones clandestinas, sino rescatando a enemigos en combate y dando repetidos ejemplos de decencia y limpieza pública. La próxima vez que vean una imagen del Congreso, piensen en eso: la curul de Grau y unos pocos metros más allá la curul de Martha Chávez. Es un resumen de nuestra historia republicana, que es la historia de un país que se va transformando en un circo, caricatura de sí mismo, empeñado en arruinarse. ¿Cuándo vamos a terminar con eso? ¿Hasta cuándo vamos a soportar tanta grisura, tanta oscuridad, tanta intolerable convivencia con lo peor de nosotros mismos?

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