Hedor que ya es imposible de ocultar



Hedor que ya es imposible de ocultar

La República: Augusto Álvarez Rodrich

El crimen organizado no para de crecer en el Perú.
Quienes en estos días se espantan por los destapes sangrientos que no cesan desde que hace tres semanas un Porsche fue atacado con granadas en San Miguel, debieran saber que esto solo constituye la punta del iceberg de un profundo proceso de descomposición social en marcha en el Perú.
El país está sufriendo un proceso acelerado de deterioro social e institucional por la combinación del crecimiento imparable del crimen organizado que se beneficia ya sea por la indolencia como, también, por la complicidad de la política y de los gobiernos de todo nivel.
Las andanzas de Gerald Oropeza y los asesinatos que se han sucedido desde entonces, y que seguramente continuarán en los días siguientes, son expresiones de dicho proceso.
Pero no son los únicos, por supuesto, ni son recientes, pues asesinatos entre bandas competitivas del crimen organizado ocurren desde hace tiempo, con asesinatos en distintos lugares, desde los ocurridos en la región Ancash, hasta los que se conocen con frecuencia creciente, por ejemplo, en un fast food de hamburguesas en Miraflores.
La peor reacción ante ello es minimizar lo que está pasando. Es lo que transmitía el ex ministro del Interior Daniel Urresti cuando decía que estos ajustes de cuentas ocurrían solo entre mafiosos, por lo que no eran tan preocupantes.
O cuando, ayer, un general de la policía declaraba que Patrick Zapata Coletti no era testigo clave en el caso Oropeza, justo al día siguiente de su asesinato, con el interés de justificar por qué no protegían a un obvio testigo clave en este entripado.
O, también, cuando se descubren nexos de militantes apristas en diversos momentos con Oropeza y su familia, lo cual permitía que, por ejemplo, se apropie de un caserón en una de las zonas más caras de Lima.
O, también, cuando un ex presidente como Alejandro Toledo tiene que reconocer haberse reunido con un mafioso como Rodolfo Orellana.
O, también, finalmente, pues se podría seguir mencionando expresiones de descomposición, cuando los peruanos nos vamos acostumbrando a convivir con el crimen organizado en complicidad con la corrupción de los partidos políticos y de autoridades de distintos niveles gubernamentales, sin indignarnos y sin gritarle al país que estamos hartos de este hedor que se extiende y del que será muy difícil poder salir.
Y la principal razón por la que las cosas van a empeorar, haciendo mucho más compleja la salida, es porque, cada día que pasa, nos vamos acostumbrando, sin indignarnos, ni los ciudadanos ni las autoridades, a un sistema institucional cuyo hedor ya parece el de un chiquero.

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