Un miope análisis de un problema real y muy actual.



¿Qué es un narcoestado?


Mirko Lauer
No hay una definición concluyente. Pero se ha venido usando para los países donde el negocio de la droga logró captar a las autoridades máximas, y hacerlas gobernar para él. Son emblemáticos Manuel Antonio Noriega en Panamá o Luis García Meza en Bolivia comprobados y activos narcos al mando de sus respectivos países.
 
Las acusaciones de los EEUU a altos personajes del gobierno venezolano en estos días buscan sacar a la luz una situación parecida, pero no hay realmente pruebas sobre la mesa, sino solo acusaciones de disidentes. Pero como entre los acusados está el Nº 2 del gobierno, en este caso el argumento del narcoestado está tocando la puerta.
 
El esquema estándar es el surgimiento de un poder estatal máximo que concede total libertad para el ilícito negocio, lo cual incluye la resistencia a las iniciativas contra la droga que vienen del exterior. Pero como todos los gobiernos de la región, incluida Venezuela, persiguen al narcotráfico a su manera, el argumento casi nunca pasa a mayores.
 
Aquí en el Perú la expresión narcoestado viene siendo manejada de otra manera. Somos un prominente productor de drogas, pero al mismo tiempo los esfuerzos contra ella son genuinos y notorios, en este y anteriores gobiernos. Pero a la vez el negocio avanza y se expande de abajo hacia arriba, tejiendo redes de apoyo entre autoridades de diverso nivel.
 
Así, si bien las cúpulas del poder no han estado copadas (aunque hay polémica política sobre esto), sí han estado obligadas a coexistir con bolsones de narcomafias dedicadas a defender el negocio. Hubo un tiempo en que este fue un desafío territorial, pero la exportación de droga refinada se ha autonomizado respecto de las zonas productoras.
 
Nuestra situación es más bien la de una sociedad narcotizada, donde la droga busca captar mandos medios (alcaldes, congresistas, jueces) pero no tiene capacidad, y acaso ni siquiera interés, en tentar los poderes supremos del Estado. La experiencia de Colombia, y ahora México, le ha enseñado las artes del bajo perfil.
 
Ese perfil bajo lo permiten varios factores. La guerra de los EEUU contra la droga ha sido reemplazada por la guerra contra el terrorismo islámico, y enervada por el cambio de mercado de nuestras exportaciones. El crimen organizado se ha vuelto algo mucho más amplio que el narcotráfico. Esto dificulta los cálculos sobre la importancia del fenómeno.
 
No somos un narcoestado. Decirlo es hacerle un flaco servicio al Perú. En el peor de los casos algunas zonas del país se están volviendo una narcosociedad. No estamos ganando realmente la guerra en el VRAEM, o en las calles, pero no puede hablarse de una complicidad estatal cabal. ¿Es un objetivo de los narcos? Definitivamente sí. Al menor descuido podríamos encontrarnos con un narcofuturo.

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