El porvenir del Perú



Una manida frase afirma que los niños son el porvenir del Perú. El problema es que muchos de los niños peruanos no lo tienen. O bien lo consiguen gracias a circunstancias tan improbables que es tentador –disculpen la paradoja– hablar de milagro. El sábado 12 de diciembre pude constatarlo. Acudí invitado a la Feria del Libro de Trujillo, por el Programa de Seguridad Humana de la ONU, para hablar acerca de prejuicios, estigmas y soluciones. Tuve el privilegio de compartir la mesa con Vania Masías, cuyo exitoso programa de danza e inserción social D1 cumple 10 años (el cuál está intentando llevar a Trujillo) y el periodista y amigo Juan Carlos Tafur.
 
Por la tarde, Julio Corcuera, nuestro anfitrión y coordinador del programa citado en Trujillo, quien además nació y creció en el Porvenir, uno de los distritos más pobres y segregados de la ciudad, nos llevó a Juan Carlos y a mí (Vania viajaba a Lima más temprano), a un recorrido por su zona de origen. Lo cual incluye La Esperanza y Florencia de Mora. Estos lugares tienen una siniestra celebridad nacional debido a personajes como Jhon Pulpo o Gringasho. Lo cual refuerza el imaginario de un pueblo sin ley, cuyos habitantes, marcados por el estigma de la violencia –en particular la extorsión– deben ocultar su origen cuando buscan trabajo en las zonas más pudientes de Trujillo.
 
Mientras recorríamos estos barrios en el pequeño auto de Julio (es un misterio cómo logramos entrar y salir Juan Carlos y yo), nuestro guía, quien posee un conocimiento refinado y analítico de la demografía local, nos mostró cosas inverosímiles. El cementerio Manpuesto, por ejemplo, un gran terreno informal, que es a la vez camposanto, cancha de fútbol y basurero. Vi a los jugadores recoger la pelota entre los muertos. A pesar de haber una zona comercial hiperactiva, la cantidad de chiquillas que vimos circular con sus bebes en brazos era innumerable. Y cuando ya pensábamos que habíamos visto lo más sorprendente, Julio nos llevó a otro cementerio, el bien llamado “La vida no vale nada”, en la zona más nueva y vulnerable. Aquí las casas son de adobe, en las inmediaciones del cerro Bolongo, de donde acaso baje el huayco del Niño y arrase con estas.
 
Pero lo más relevante es que estas dificultades que los residentes enfrentan como mejor pueden, los marcan a fuego. Al punto que a pesar de ser parte de la ciudad de Trujillo, existe una muralla invisible (alguna vez fue de adobe) y mental que los margina. Son los serranos bárbaros, los no trujillanos. Esta discriminación no hace sino perpetuar las dificultades de su existencia, abandonándolos a la delincuencia de los extorsionadores y violentos. Este es un enclave de industriosos zapateros, por ejemplo. Pero estos están obligados a pagar cupos porque la seguridad es ínfima y las armas abundan. En suma, están desprotegidos y librados a la ley de los más fuertes y malos. Los cuáles a su vez hacen de esa ventaja psicopática una fuente de supervivencia. De pronto los discursos de los políticos que pretenden gobernarnos adquieren una resonante vacuidad.

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