El moradito



El moradito


Jorge Bruce
Alguna vez presencié, en las aguas del norte del Perú, un espectáculo extraordinario: un inmenso cardumen de anchoveta asediado por toda suerte de depredadores, que acudían desde las profundidades, la superficie o el aire para alimentarse en ese festín democrático. El nombre que los pescadores de la zona le dan al cardumen es el “moradito”, por el color que adopta el agua debido a la gran cantidad de peces que lo conforman.
 
He recordado esa experiencia a raíz de la captura de Belaunde Lossio.
 
Desde todos los ángulos de los poderes que operan en nuestro país, se han lanzado pelícanos, piqueros, bufeos, barracudas y tiburones en el afán de llevarse su porción del alimento que garantice su supervivencia. Quienes observamos esta voraz agitación desde la lancha, por así decirlo, nos vemos asaltados por una melancólica sensación de déjà-vu.
 
¿Alguien realmente piensa que el juicio de Martín Belau nde traerá revelaciones significativas para la justicia? ¡Ni siquiera con Montesinos lo conseguimos! Para no hablar de Almeyda o Mantilla.
 
Cierto, los principales amenazados, en este caso la primera dama y el Presidente, tendrán que aumentar su dosis de ansiolíticos para poder dormir, pues son relativamente novatos en este casino. Pero la probabilidad de que surjan revelaciones impactantes que desestabilicen al poder es mínima. La razón por la cual esto no pasará de un mal rato (el alcalde Castañeda debe estar celebrando a lo loco esta feliz distracción mediática), es que existe un pacto implícito entre los actores del elenco estable de nuestra política, a fin de que el show continúe sin sobresaltos mayores. No un terremoto sino un simulacro. 
 
La premisa que parece presidir esta farsa es que todos deben seguir cumpliendo sus papeles, una vez que han sido admitidos en la compañía. Los propios medios forman parte de esta distribución de roles, en donde la sangre y las armas son de utilería. Es un juego en donde unos ganan y otros pierden, algunos incluso terminan en prisión por un tiempo, a condición de que no se trate de un actor protagónico.
 
Los casos de Fujimori y Montesinos no son las excepciones que confirman la regla, sino las “víctimas” de un momento excepcional en el funcionamiento de nuestra democracia. Más bien sus excesos –crímenes, corrupción en masa, mentiras grotescas, fugas y retornos delirantes– los colocaron en fuera de juego. El resto es historia conocida y sirve como advertencia acerca de los límites que no hay que traspasar, si quieren continuar en actividad.
 
Las mafias viven de este Perú realmente existente. Saben que la ley es un instrumento de la correlación de fuerzas, como decía un viejo cliché marxista. Pero hasta las mafias deben cuidarse de la tentación omnipotente de creerse intocables, como lo han descubierto Orellana y sus secuaces. La lección de la naturaleza nunca la aprenderemos, porque somos hechura de nuestra cultura dominante y nuestras historias personales. Si te descuidas, el inconsciente te arrastra al delirio de impunidad. Cuando despiertas estás en el Beni, escondido debajo de tu cama.

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