Prensa parasitaria



Gustavo Faverón
Si uno recorre las páginas de los mejores diarios del mundo —The New York Times, Haaretz, The Guardian— o los grandes blogs como el Huffington Post, algo que salta a la vista de inmediato es la asombrosa cantidad de artículos que esos medios dedican a criticar a otros medios, criticar el ejercicio de la profesión periodística o —impensable entre nosotros— criticarse a sí mismos.
 
Los mejores medios saben que la noción de «prensa crítica» se construye sobre la premisa de que los medios deben saber autocriticarse. El ejercicio periodístico limpio y útil es insostenible si la crítica se produce siempre desde la prensa hacia afuera y nunca hacia adentro —fiscalizando su propio funcionamiento, investigando y denunciando los propios errores con la misma acuciosidad con que se demanda limpieza de los partidos o las corporaciones.
 
La mayoría de los medios periodísticos peruanos han abolido esa capacidad. Diariamente afirman como verdaderas cosas que luego resultan falsas y difícilmente se rectifican. Se alinean políticamente y en lugar de informar se convierten en tramitadores de filtraciones, dedicados a esperar pacientemente que un fiscal o un congresista, respondiendo a intereses particulares o comerciales o partidarios, o a todos a la vez, les coloque sobre el escritorio un documento reservado o un expediente a medio construir. Si alguna vez tuvieran que explicar qué esfuerzo hicieron para conseguirlo más allá de abrir la puerta cuando alguien la golpea, estarían en problemas o se refugiarían en el fetiche del secreto profesional.
 
El día en que muchos de nuestros principales medios decidieron prescindir de sus unidades de investigación, se transformaron en traficantes de datos. No buscan información: la esperan. No la verifican: la publicitan. No profundizan en ella: dejan ver lo que les dejan ver. Su funcionamiento es parasitario en relación con quienes sueltan la información. No sorprende que abandonen la auto-crítica, porque la autocrítica real sería demoledora. 

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