Ayer recordé un texto clásico del psicoanalista norteamericano Harold Searles, de 1959: “El esfuerzo por volver al otro loco”. Este recuerdo me asaltó cuando transitaba en mi auto por la Costa Verde, retornando de dictar clase en la PUCP (donde siempre hay espacio para las comillas, monseñor). A pesar de estar solo en mi vehículo, podía percibir el estrés de los demás conductores. ¿El motivo? La incoherencia de la señalización de velocidad, aunada a la presencia invisible pero amenazante de fotopapeletas.
De pronto aparecen indicaciones de 30 km/h como velocidad máxima. O bien 35 o 40 km/h. Luego no aparece nada y en algún lugar inopinado, cientos de metros después, uno de 80 km/h. Todo esto en una vía de tres carriles, que la mayoría de conductores entendemos como una vía rápida, puesto que no hay semáforos ni intersecciones (salvo una muy peligrosa en una bajada de San Miguel, en donde los vehículos atraviesan… como pueden). Los alumnos me contaron que algunos taxistas ya se estaban negando a traerlos por la Costa Verde.
Conté esta experiencia esquizofrenógena en Twitter y me encontré con unas respuestas muy técnicas del ingeniero de tránsito David Fairlie, que me ilustraron al respecto. Citando al Ministerio de Transportes, sección 204, dice: “La velocidad de diseño, a lo largo del trazado, debe ser tal que los conductores no sean sorprendidos por cambios bruscos y/o (sic) muy frecuentes en la velocidad a la que pueden realizar con seguridad el recorrido”.
De modo que la señalización no solo es absurda: es ilegal. Pareciera que quien colocó esas señales siguiera la canción del grupo español Pata Negra: “Todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda”. El resultado es un tremendo desconcierto y un difuso malestar, mezclado con la angustia de una fotopapeleta de 613 soles que temo aparezca en cualquier momento bajo mi puerta, pese a mis esfuerzos por ceñirme a tan descabelladas disposiciones.
Fairlie añade, siempre citando al MTC, que pese a los tres carriles y la ausencia de interrupciones, tampoco califica como vía rápida porque carece de las protecciones adecuadas: bermas, bardas, etcétera. A la pregunta de si es entonces una vía rápida responde: “Ni sí ni no”. Esto es lo que Bateson, de la Escuela de Palo Alto, California, llamaba el double bind (doble vínculo). Mensajes contradictorios y enloquecedores (¡NO GRITES A TU HERMANITO!).
Estas señales confusas de la autoridad encargada de regular un espacio público vital como el transporte, hacen un daño brutal a nuestra convivencia. La frustración que esto genera contribuye a un clima de desgobierno, miedo y rabia. Exactamente lo que no necesitamos. Hay soluciones para esta manera inconsistente e improvisada de regular el tránsito. Los remito al blog de Fairlie para hallarlas.
Pero este espacio público nos concierne a todos, pues todos lo recorremos y conformamos. Para un psicoanalista lo esencial es que una autoridad irresponsable o corrupta contamina la salud mental del grupo humano que depende de sus decisiones
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