Los creyentes deberían agradecerle a Pedro Salinas porque, con la colaboración de Paola Ugaz, ha realizado una estupenda investigación que identifica a algunos malos elementos de la iglesia católica peruana que convirtieron a esta institución, gracias a importantes silencios y complicidades, en un lugar de enjuague y de encubrimiento de pederastas.
Mitad monjes mitad soldados, todo lo que el Sodalicio no quiere que sepas, recién publicado por Planeta, es, en primer lugar, una gran investigación periodística pero, más allá de eso, constituye un libro indispensable para entender cómo operan las redes de protección y encubrimiento en el país, las cuales alcanzan desde la iglesia –como en este caso– hasta el Parlamento, los negocios o, entre muchos otros, el periodismo.
Salinas y Ugaz revelan, gracias a treinta testimonios, el funcionamiento del Sodalicio de Vida Cristiana, su sistema de reclutamiento y formación, sus métodos de operación y, lo que es grave, los casos de abusos de poder, maltrato físico, manipulación psicológica y pederastia realizados en su interior.
Casos penosos que fueron tolerados, apañados, enjuagados y ocultados, para vergüenza de la Iglesia Católica, por un sector de la misma.
Nunca se debe generalizar, especialmente en un ámbito valioso como el catolicismo, pero, lamentablemente, cuando una entidad pone en marcha un mal entendido espíritu de cuerpo para esconder las faltas de algunos miembros, la institución en su conjunto empieza a podrirse.
Y eso es lo que ocurrió con el superior general del Sodalicio, Luis Fernando Figari, y Germán Doig, entre otros delincuentes que, gracias al apañamiento de algunas autoridades de la iglesia católica peruana, obtuvieron impunidad para que nunca se les castigara por sus delitos.
Es cierto, además, que todo este esquema de impunidad contó con la ayuda de un Vaticano que, por mucho tiempo, y en el mejor de los casos, se hizo de la vista gorda frente a tanto pederasta y pedófilo que encontró en la sotana el refugio ideal para sus delitos. Esta actitud cómplice ha empezado a cambiar, felizmente, con el papa Francisco.
La iglesia católica podrá tener sus tribunales de investigación y sanción para el abuso sexual, que por lo que se ve en Mitad monjes mitad soldados no han funcionado en absoluto para castigar a estos pobres diablos que usaron a la iglesia para perpetrar sus delitos con impunidad.
Pero, al margen de ello, estos son delitos que deben ser procesados con rigor por la justicia peruana, tanto a sus responsables directos como a los que, con su silencio –sabiendo lo que ocurría– no hacían nada y se convertían en cómplices.
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