“Esa comisión es una burla”, escribe Fernando Vivas en El Comercio. Y razón no le falta. Dicha “junta de católicos probos”, que de independiente no tiene un pelo, y que fue instalada el pasado 19 de noviembre, va a esperar hasta el 19 de febrero a que lleguen denuncias de víctimas de algún tipo de abuso o maltrato por parte de algún miembro del Sodalicio.
“Admisión de casos” es el eufemismo empleado para expresar que no van a ser proactivos. Que no van a buscar a las víctimas, es decir. Porque para evitarse esa labor tienen la casilla postal Nº 27030. Y con los sobres manilas que lleguen a dicho buzón empezarán a deliberar y emitir sus recomendaciones. Ese proceso se realizará en dos meses adicionales, por lo que el 19 de abril debe terminar su mandato, no sin antes hacer un anuncio a los medios sobre los resultados del proceso.
Al leer la metodología a seguir, confieso que pensé: “Estos no han aprendido absolutamente nada”. Pues siguen considerando que este tipo de situaciones gravísimas se zanjan con acuerdos de confidencialidad y con plata para comprar silencios (ojo: habrá un fondo de compensación, el cual, por supuesto, no precisan a cuánto asciende, pero sí se encargan de subrayar que “la cantidad total definida para todas las presuntas víctimas no puede exceder la cantidad existente en el Fondo”).
Si fuese cierto que existe “una voluntad total de hacer lo correcto”, el fondo sería ilimitado, ¿no creen? Porque si algo le sobra a los capitostes sodálites, además de arrogancia, es plata. Porque a ver, ¿cuánto cuesta en dinero una vida signada por el trauma o el desempleo o la incapacidad de reinsertarse en la sociedad como consecuencia del daño psicológico infligido por la institución? ¿Cuánto cuesta la reparación de una persona a la que le jodieron la vida? ¿Ciento cincuenta mil dólares? ¿O algunos millones?
Y es que la institución está tan malograda que, aun cuando pueda existir ganas de hacer bien las cosas, sus jerarcas son incapaces de percibir la realidad de manera objetiva, dado que el mundo real se ha convertido, gracias a la influencia nefasta de Figari, en una proyección de sus fantasmas y fobias. El formateo mental les impide tener conciencia cabal del problema que enfrentan. En consecuencia, su empatía hacia las víctimas es prácticamente nula, pese a que los sodálites digan lo contrario: “Lo más importante son los afectados”.
Por eso, cuando Sandro Moroni en la entrevista en RPP reveló parte de una de las conversaciones que sostuvo conmigo antes de la publicación de la investigación sobre el Sodalicio de Figari, titulada Mitad monjes, mitad soldados, me volvió a confirmar la percepción de que la habitual reacción sodálite ante este tipo de serísimas denuncias se reduce a implementar una política de “control de daños”. Y punto.
“Pedro, si tú tienes ese tipo de denuncias (de abusos sexuales y psicológicos y físicos), entrégamelas”, me comentó en una de esas conversaciones informales. Y claro. Consideró pertinente evocar aquello en la entrevista radial. Es más, en uno de sus correos, Sandro me recuerda que en nuestros diálogos mostró su disposición para escuchar y ayudar a quien fuera necesario. “Cosa que sabes no puedo hacer si no se ponen en contacto conmigo”, agregó.
Y bueno, eso hice. Contacté a un par de víctimas de Figari. Y qué creen. Una de ellas simplemente descartó acercarse a la institución que le desgració la vida y la otra me expresó que lo iba a pensar, y ahí quedó la cosa. Eso se lo comenté luego en otro correo a Sandro. “Honestamente, no insistí porque mientras existan sodálites como Alejandro Bermúdez o Erwin Scheuch, que suelen exhibir insensibilidad y hasta virulencia (hacia las víctimas), tampoco quería sentirme responsable de que podía estar echando a esta gente a una cueva de lobos”, le respondí.
Más todavía. Ya en persona le había dicho lo siguiente: “Después de la forma en que el Sodalicio trató a Jason Day, adivinarás que nadie querrá exponerse a la humillación pública. Las víctimas le tienen recelo a la institución por la forma en que han tratado históricamente a quienes la denuncian”.
Por último. No entiendo todavía aquello de: “No puedo ayudar si no se ponen en contacto conmigo”, algo que también me dijo Moroni. A lo cual le respondí: “Es que no puedes hacer tu propia investigación y comenzar a preguntar como he hecho yo?”.
En fin. Con esa necia actitud, pasiva y timorata, de no querer salir a la búsqueda de las víctimas, no veo cómo cuernos vayan a ingresar a su cacareada etapa de “Revisión, Reconciliación y Renovación”. Porque si me preguntan, todo esto huele a “gatopardismo” puro y duro. Me refiero a la conocida frase del personaje de Giuseppe di Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
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