Insistencia del pasado



Alguna vez los medios le preguntaron al actor George Clooney si se presentaría a la presidencia de los EEUU. Total, él era más inteligente y culto que Ronald Reagan (¿recuerdan cuando dijo “¡Hola Bolivia!” en Brasil?), mejor actor, defensor de causas justas, etcétera. La respuesta de Clooney fue: “Me he acostado con demasiadas mujeres y he tomado demasiadas drogas como para eso”. El célebre actor, no en balde considerado el epítome de lo cool, sabía que quien aspiraba a un cargo de esa visibilidad tendría que soportar un escrutinio despiadado de su pasado y cortó por lo sano.
 
No obstante, los políticos suelen hacer caso omiso de esa investigación inevitable y siguen adelante. Incluso quienes, como el actual caso de César Acuña, no podía ignorar que los plagios de los que se le acusa saldrían a la luz. Lo propio puede decirse de Keiko Fujimori y su mochila familiar, repleta del dinero que recibía de Montesinos para pagar sus estudios y los de sus hermanos, en costosas universidades norteamericanas. Alan García y su desastroso primer Gobierno o la matanza del Frontón. Humala y Madre Mía.
 
Urresti y Bustíos. Toledo y Ecoteva. PPK y su otro pasaporte. Y que se prepare Guzmán, pues si continúa subiendo en las encuestas le va a tocar el mismo tratamiento detectivesco.
 
Aún así, continúan intentándolo. Y no solo en el Perú. Acaso la diferencia es que acá tienen más posibilidades de salirse con la suya. La extendida tolerancia a la corrupción, que hace las veces de vacuna contra un virus sentido como eje de nuestro sistema es una parte, sin duda, de la explicación. También una dosis de pragmatismo o cinismo sin la cual es imposible actuar en política.
 
Pero hay un rasgo de personalidad sin cuya presencia no se entienden estos actos al borde de la autodestrucción. Solo un narcisismo exorbitante explica que alguien que ha plagiado (o hecho plagiar) páginas enteras en sus tesis, o no tiene cómo demostrar ingresos que den cuenta de sus bienes inmuebles y su elevado tren de vida, como es el caso de varios, se precipite en pos del elíxir del poder.
 
Es una apuesta riesgosa, con un elevado componente de negación: “soy inmune a esas ridículas leyes de los simples mortales”. Pero el inconsciente acecha y habla a su manera. Cuando Acuña dio su conferencia de prensa con su endeble justificación de la ausencia de comillas recurriendo a la bibliografía, repitió ex profeso varias de sus frases. Sin advertirlo, estaba poniendo en escena el acto mismo de plagiar: “vuelvo y repito”, como dicen en Centroamérica. 
 
Como las agendas de Nadine o los lapsus linguae delatores, nadie está a salvo de un pasado que en el inconsciente, ajeno al tiempo, vive en un eterno presente. Por eso escuchamos a menudo justificaciones groseras ignorando lo evidente: no dije lo que dije, fui malinterpretado, me sacaron de contexto, a ver demuéstreme cuándo dije eso (al cabo se lo demuestran), la verdad es mi letra. Nuestros políticos tienen una  secreta vocación de prófugos. Lo más preocupante es que tantos  electores se identifiquen o resignen a esa situación.

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