La profunda desazón generada por la inconsistencia en las decisiones de los organismos electorales amenaza con arruinar estos comicios. Desde quienes sospechan la existencia de un fraude, digitado por un participante en la contienda, desesperado por la desaparición de su carisma y poder de seducción, hasta quienes se aferran a las exclusiones de Acuña y Guzmán, con la esperanza de cosechar los votos que retornan a la caja fuerte mental de donde habían salido en dirección de los mentados candidatos.
Nadie sabe con certeza a estas alturas lo que ha ocurrido realmente, ni lo que va a ocurrir. A poco tiempo de las elecciones, la propia cédula electoral es un enigma. Y esto mismo es un escándalo, propiciado tanto por unas leyes absurdas e inoportunas, como por unas autoridades sin criterio y acaso sin imparcialidad.
En una entrevista en La República, David Sulmont, director del Instituto de Opinión Pública de la PUCP, ha presentado una serie de argumentos muy valiosos, para demostrar que los jueces no se deben convertir en los grandes electores del país. Hay uno de estos que me interesa particularmente, por su parentesco con el razonamiento y los conceptos psicoanalíticos: “Yo creo que todo este fetichismo compulsivo por las normas es, para algunas personas, el sustituto de instituciones sólidas”.
Este es el momento para repetir que no pienso votar por Guzmán ni por Acuña. Sí coincido con Sulmont en que incluso la expulsión de Acuña de la elección es un exceso, aunque la ley lo permita. Añado que acaso se deba a dos razones no mencionadas por el JEE: así dan la impresión de ser imparciales y, sobre todo, se elude la espinosa cuestión de los plagios y las vinculaciones de la UCV con Francisco Távara, a quien cada nuevo plagio lo sumía en el insomnio. Se le excluye por sus dádivas y se tapa el delito más complicado.
El fetichismo en la terminología psicoanalítica es una patología en donde “el recurso compulsivo a un objeto no sexual por su propia naturaleza se convierte en una condición indispensable para el acceso al goce en las relaciones sexuales con la persona del otro sexo. Si este objeto falta, el hombre sucumbe a la impotencia.” (Diccionario Internacional del Psicoanálisis). Es pues una patología masculina destinada a conjurar la angustia de castración.
Si trasladamos este concepto a la situación política actual, la ausencia de instituciones sólidas y de una legislación apropiada para que se exprese la voluntad electoral de los peruanos, nos encontramos con unas autoridades que enmascaran su impotencia apegándose a unas normas desproporcionadas y unas sanciones excesivas. Siendo lo más dañino de este proceso que nos quieran imponer a todos esta manera de “gozar”, para evitar la angustia de saberse impotentes ante la situación. Lo cual incluye los rabos de paja de algunos y la percepción, consciente o inconsciente, de estarse ganando la buena voluntad de algún poderoso interesado en estas tachas. Es tarde para la reforma pero no para la protesta. No permitamos que nos castren el derecho de elegir.
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